Ramón. Gerardo. Felipe. Elvira. Mª Jesús. Mª Ángeles. Gloria. Mª Rosa. Josefina. Mª Cruz. Susana. Carlos. Francisco Javier. Magdalena. Belén. Ana. Carmen. Marta. Lely. Beatriz. Elena. Marta. Lucia. Mª Jesús. Ana Isabel. Inmaculada. Jackelin. Pilar. Mª Jesús. Ignacio. Teresa. Anna. Juan. Rufina. Jessica. Gilberto. Pablo. Gustavo. Irene. Irelís. Conchi. Cati. Loli. Nuria. Mª Nieves. Mª Luisa. Beatriz. Merche. Isabel. Ana. Mª Jesús. Jesús. Ana. Orencio. Carlos. Mª Pilar. Mª Soledad. Javier. Mª Esperanza. Javier. Patricia. Miguel. Juan José. Virgelina. Peli. Ramón. Presen. Josefina.

68. 68 son los nombres que corresponden a las 68 personas que sin lugar a duda merecen encabezar este post.

Si es la primera vez que os pasáis por aquí, lo más probable es que no sepáis ni quien soy yo, ni a quienes me estoy refiriendo. Pero confiar en mí si os digo que esas 68 personas son entre muchas otras, el motor de esta fundación, y la razón por la cual yo hoy estoy aquí escribiendo para este blog.

Mi nombre es Leyre Laborda Arellano, soy alumna del doble grado de Educación Primaria y Pedagogía que imparte la Universidad de Navarra y estoy aquí porque he tenido la suerte de poder hacer mis prácticas de pedagogía en la Fundación Profesionales Solidarios. Desde pequeña siempre me ha despertado mucha curiosidad el tema social y de ayuda, y siempre he tenido claro que me encantaría dedicarme a algo relacionado con este ámbito. Por eso, el día que nos presentaron las diferentes opciones para hacer nuestras prácticas, tuve claro que quería vivir esta experiencia con alguna de las diferentes entidades de ayuda que trabajan en Pamplona.

Ahora bien, ¿por qué Profesionales Solidarios?
Para seros sincera, hasta el día que nos presentaron las opciones de centros de prácticas, desconocía la existencia de Profesionales Solidarios. Sin embargo, me atrevería a decir que posiblemente no me hicieron falta más de 60 segundos para darme cuenta de que era aquí donde quería estar. Y a día de hoy, después de estar dos meses trabajando con el programa de acompañamiento a mayores, puedo decir que no me arrepiento.
Desgraciadamente, parece que el tema de la soledad de las personas mayores no recibe en los medios la atención que se merece y posiblemente de ahí venga el desconocimiento que tenemos muchos hacia este tipo de propuestas. Sin embargo, creo que es necesario que se hable y se le preste atención porque se trata de una demanda real que la sociedad está pidiendo a gritos. Es precisamente por esto, por la ayuda que ofrece Profesionales Solidarios, por lo que decidí realizar mis prácticas aquí y por lo que animo a todo el mundo a formar parte de esta maravillosa experiencia.

¿Es un voluntariado para todos?
Por supuesto. Si de algo me he dado cuenta durante estos dos meses, es que no hay límite de edad para ser voluntario y que todo suma. Al final, para mi ser voluntario significa compartir tiempo, crear vínculos y sobre todo escuchar y acompañar, hacer el camino juntos; y para eso, no hay edad.
Sé que hay muchas personas que no se atreven con este tipo de voluntariado porque sienten que no van a estar capacitadas, que no van a hacerlo bien o que no van a saber qué hacer cuando estén con ellos. Y lo sé, porque yo tuve los mismos miedos antes de empezar. Pero si os fijáis, eso nos pasa siempre, todas las “primeras veces” nos generan respeto. Pensar por ejemplo en vuestro primer día de clase, vuestro primer día de instituto, vuestra primera entrevista, vuestro primer día en el trabajo… al final todas las primeras veces nos cuestan un poco más, pero eso no significa que lo que venga después no vaya a merecer la pena.
Por eso, si os lo estáis pensando, lanzaos sin miedo porque os daréis cuenta de que no hace falta nada más que tener ganas y simplemente estar. Se trata de compartir momentos, apoyarles con palabras o gestos, hacer que se sientan cómodos y sobre todo escucharlos. Porque a pesar de que muchas veces ni siquiera ellos mismos entiendan lo que están diciendo, lo único que esperan es eso que todos esperamos casi sin darnos cuenta: sentir que no estamos solos.

Al final no se trata de ir todos los días de la semana, pero pensar que, si podéis dedicar una tarde a la semana para ir, ya habréis conseguido mejorar un poquito la vida de esa persona y también la vuestra, porque ver cómo se iluminan sus caras cuando les agarras la mano o vais a verlos, hace que, sin lugar a duda, sintáis que lo que estáis haciendo merece la pena.