Reseña de la tertulia de la FPS, 15 de noviembre, 2021

Las pequeñas virtudes, Natalia Ginzburg

Una de las satisfacciones que ofrece conducir una tertulia literaria es la de dar a conocer autores y obras, compartirlos con las lectoras. Lo que en principio puede provocar cierto estupor, el hecho de que algunas no hayan oído hablar nunca de una escritora y de sus libros, acaba siendo algo gratificante, pues genera en el moderador ese orgullo peculiar que se siente al ser responsable de un descubrimiento ajeno.

Algo así ocurrió en la última sesión. Sucedió que, con ocasión de la lectura de Las pequeñas virtudes, gracias a esa propuesta, las contertulias empezaron a saber de Natalia Ginzburg, empezaron a familiarizarse con su mundo. Más allá de datos personales, de las vicisitudes de su vida, lo importante era que nuestras amigas entraran en aquél, que accediesen para siempre a ese espacio estético, expresivo, narrativo que crea la autora italiana en cada uno de sus textos. Y es que, en casos felices como éste, no sólo se lee un libro que gusta, no sólo se disfruta con un título nuevo, sino que una se convierte en seguidora de alguien capaz de despertar ese placer muchas veces.

¿Qué le debemos a Ginzburg? ¿Qué han encontrado en ella Anna, Natalia, Cristina, Mirentxu y Carmen Cueto? Porque de eso se trata aquí, de destacar las virtudes literarias de lo que leemos. En ese sentido, y dado que la mayoría de los relatos de este volumen son de carácter autobiográfico, es bueno recordar el primer acierto de la autora, es decir, su intuición al elegir aquellos episodios de su vida susceptibles de transformarse en un contenido literario. Claro, todo arranca con esa selección. No sólo la de una época concreta, la de una experiencia determinada, sino también la de aquellos hechos o sucesos aparentemente triviales que, sin embargo, resultan ser el pretexto para sugerir entre líneas asuntos de mayor profundidad. Un buen ejemplo son los zapatos rotos de los que habla Ginzburg en una de sus narraciones. A través de ese objeto, de ese elemento banal, se refiere de manera implícita al horror de la guerra, a las penurias de la misma, a la pobreza del momento, a la infelicidad de personas cercanas a ella.

Pero hay mucho más. Cuando en el desarrollo de la tertulia Cristina mencionó lo sutil y delicado del estilo de Ginzburg, cuando Mirentxu habló de claridad y sensibilidad, estaban aludiendo al mismo tiempo a la combinación armoniosa que logra al mezclar narración, descripción y reflexión, al interrumpir el relato en pasado para insertar en presente ideas brillantes sobre el ser humano. He ahí una audaz alternancia de registros, de distintos géneros en un único texto. Y lo curioso es que el lector acepta todas esas observaciones no porque sean ciertas, no porque sean comprobables, sino porque la forma bella que emplea la escritora al expresarlas desactiva su respuesta intelectual, interpela sólo a sus emociones.

Claro, todo estriba en el montaje. Uno de los aspectos decisivos de este libro, uno de los responsables del efecto que produce, es la composición. También en sentido musical. Su autora sabe cómo debe ordenar los elementos de los que hemos hablado, la parte descriptiva, la narrativa y la ensayística, de manera que el resultado conmueva al lector. Sabe cuándo debe interrumpir una escena o una acción narrada para dar paso a lo conceptual o reflexivo. Sabe en qué momento debe detenerse en el desarrollo de un hilo argumental, de un avance cronológico, y remontarse al pasado, como hace en el relato Él y yo, con esa evocación tan entrañable del paseo de los protagonistas por Via Nazionale. Y si antes he mencionado lo musical es porque en muchos pasajes Ginzburg construye una estructura rotatoria, va girando alrededor de cuatro o cinco referentes hasta lograr una circularidad, una repetición melódica y rítmica de la que sólo sale, que sólo rompe al final con un quiebro melancólico.

También eso fue apreciado por nuestras compañeras. Por eso, Carmen Cueto se refirió a la precisión de la prosa de la escritora italiana. Por eso, Anna habló de claridad y concisión. Por eso Natalia recordó su sencillez, lo fácil que es leerla.

Y al margen de formas y estilos, del tono y del lenguaje, es justo incluir en esta reseña algunas palabras sobre los temas de Ginzburg. En Las relaciones humanas, en El hijo del hombre y en Las pequeñas virtudes, demuestra su conocimiento del alma humana, de los vicios y servidumbres del Hombre. En esos breves ensayos sobre nuestro crecimiento y educación, sobre nuestra capacidad para el bien y para el mal, asume la primera persona del plural a la hora de exponer ideas que nos afectan a todos, que nos interesan a todos. Otras veces, combina el Nosotros con una forma impersonal y un presente histórico, y de ese modo formula verdades universales que quedan a salvo de espacios y de tiempos, más allá de cualquier destino particular.

Ignacio Lloret, 9 de diciembre de 2021