Reseña de la tertulia de la FPS, 18 de octubre, 2021

El estribillo de mi corazón, Ignacio Lloret

Una vez al año, el coordinador de esta tertulia reclama un poco más, o de manera más insistente, la atención de las lectoras. Después de haber comentado con ellas una serie de obras de distintos géneros, da una última vuelta de tuerca y les propone como siguiente lectura uno de sus libros.

Así ocurrió el pasado 18 de octubre. Sucedió que, habiendo publicado unas semanas antes El estribillo de mi corazón, encontrándose en plena promoción del mismo, su autor quiso someterlo al juicio de las contertulias, escuchar sus opiniones sobre él.

Oh, claro, era un asunto con trampa, una especie de compromiso difícil de manejar por parte de ellas y, sin embargo, el coordinador, a pesar de ser consciente de todo eso, no podía resistirse al placer que supone siempre para cualquier escritor el hecho de que se hable de su libro, en el sentido que sea.

Aunque él les cedió la palabra como de costumbre, si hubiese intervenido en primer lugar, les habría dicho lo siguiente. Antes de escucharles, quizá en un último intento por granjearse su benevolencia, habría mencionado todo lo que, en el mejor de los casos, deseaba que ellas viesen en El estribillo de mi corazón. Habría destacado como un logro el haber dado vida, perfil tridimensional, a los cuatro muñecos. Les habría recordado que, entre los posibles desafíos que se plantea un escritor ante una obra de ficción, el mayor de todos es ese, el de conseguir personajes que el lector experimente como reales.

En medio de ese alegato en favor de sí mismo, el autor habría continuado con otro aspecto también relevante. Habría explicado cómo una de las ventajas con las que partía esta novela corta era la de llevar desde el principio un equipamiento simbólico de cierto calado. Y es que, cuando a uno se le ocurre escribir sobre un ventrílocuo y sus muñecos, ya cuenta a priori, mucho antes de poner la primera frase, con todo un nivel de connotaciones psicológicas, con un horizonte trascendental que garantiza una profundidad mínima a la lectura, más allá de la misma, en ese espacio superpuesto que se abre en la cabeza del lector al terminar el libro.

Sí, la propia trama, el viaje que Claudio Blum emprende con Jimmy, Miss Higgins, Linda y el señor Yáñez como un homenaje a ellos, como una manera de despedirse de sus colaboradores al final de su carrera profesional, tiene la suerte de cargar con un equipaje interesante, la fortuna de poder aludir de forma implícita a una serie de asuntos como las distintas facetas de nuestra personalidad, los diferentes Yos con los que funcionamos y a través de los cuales nos relacionamos con los demás. Pero lo mejor no es eso. Lo bueno es que, gracias a ese hilo narrativo provisto de sentido, a ese planteamiento argumental tan peculiar, al autor no le hace falta referirse a esos y a otros temas como el despojamiento del ego, el desmantelamiento de la identidad personal del protagonista, de un modo conceptual, teórico, abstracto, explícito, a base de eventuales digresiones que interrumpan el relato, pues aquéllos quedan naturalmente entre líneas, en la «nube», no necesitan ser escritos. Al autor le basta con contarnos el viaje.

Ah, pero es el turno de las lectoras, dejemos que hablen ellas. Esta vez se resumirá lo que dijeron, las ideas que expusieron entre todas acerca de El estribillo de mi corazón. Y es que, con alguna excepción, coincidieron en su análisis mucho más que en otras ocasiones.

Cristina, Mirentxu, Gaby y Olga mencionaron acertadamente el término «cuento con moraleja». Es un acierto porque, en un mundo literario tan dominado por la palabra Novela, tan sometido por ella, resulta muy oportuno recordar que hay otros géneros dentro de la prosa, otras modalidades de narrativa. Y como sugirieron ellas a lo largo de la tertulia, un cuento no tiene por qué desarrollar conflictos ni ahondar en avatares como una novela. Un cuento no puede detenerse demasiado en los sitios, ni en las épocas, ni en las personas, ni en sus circunstancias o situaciones. No puede alargar las escenas. Un cuento debe dar prioridad al ritmo, al tono, a la melodía, y para eso debe ser breve, ligero, debe caracterizarse incluso por cierta superficialidad. Sólo de ese modo puede ser eficaz, es decir, alcanzar su objetivo de mecer al lector dejándole una impresión mucho más emocional y estética que intelectual.

De ahí la intuición certera de María, de Natalia, de Mayte, de Anna, de las dos Carmen al emplear adjetivos como tierno, bonito, sencillo, musical. Porque también esos calificativos, en relación con un libro, nos dicen todo lo que no es.

Ignacio Lloret, 31 de octubre de 2021