Reseña de la tertulia de la FPS, jueves 27 de mayo, 15.30-17.00 h. Diario de invierno, Paul Auster
En cierto sentido, cada propuesta de lectura en una tertulia es por parte del moderador una manera de tantear el terreno, el espacio de gustos y preferencias de sus miembros. En cada sugerencia que hace aquél hay también una indagación, una exploración movida por la curiosidad. Eso no significa que vaya a rebajar la calidad de los libros, que vaya a hacer concesiones con tal de satisfacer a las lectoras, eso sería una estupidez. No, no busca agradar a nadie, pero sí se pregunta en cada ocasión, como una especie de sonar submarino, dónde están ellas, por dónde se mueven ellas, qué cosas les emocionan en los confines de la literatura.
Ahora, esta tarde de finales de mayo, le tocaba el turno a lo autobiográfico, al ámbito de la no ficción. Ya se habían leído obras de género testimonial otras veces, en anteriores sesiones del mismo grupo y, sin embargo, ahora se trataba de conocer una estrategia diferente en la escritura del Yo, un camino alternativo emprendido por el autor a la hora de convertir su vida en un producto literario.
En el caso de Paul Auster, esa vía distinta consiste en usar la segunda persona del singular. Ese es el recurso que emplea en Diario de invierno. Y lo hace porque sabe que a través de esa voz narradora, de esa interpelación a sí mismo, va a llegar mucho más lejos en el análisis de su psique, va a enterarse de aspectos de su naturaleza a los que no accedería por otro conducto.
Pero Auster no se conforma con eso. Al combinar en el relato el pretérito con el presente, consigue alternar entre un discurso narrativo retrospectivo y un descenso puntual a determinadas escenas, a momentos concretos de su pasado que, así, contados en presente, son recreados desde la proximidad y por tanto desmitificados.
Hay un tercer elemento que conviene destacar aquí. Otra peculiaridad de este libro es que se aparta a propósito del exceso de abstracción de las autobiografías convencionales, del compendio habitual de obras intelectuales, experiencias, logros, encuentros, amistades, distinciones que conforman la trayectoria de un escritor, para centrarse en lo corporal, lo físico, lo material, lo tangible. Al autor le interesa acompañar a su cuerpo a lo largo de 65 años, seguir los pasos a un volumen de carne y huesos de 80 kilos, para registrar de ese modo los encontronazos sufridos por él al contactar con los objetos, al pisar superficies, al afrontar las necesidades fisiológicas, al colisionar con el mundo exterior en definitiva.
Y todo eso, y algunas cuestiones más, fue comentado o intuido por nuestras lectoras esa tarde de primavera. Carmen mencionó la densidad del libro, su riqueza de reflexiones, y constató ese tono triste, algo amargo del narrador, que no deja de ser el resultado de su recorrido por la parte sombría del ser humano. Gaby supo apreciar la particularidad de la segunda persona, si bien consideró, con razón, demasiado exhaustivo el trabajo indagador de Auster. También María se refirió a la forma personal utilizada por éste, y la describió de manera muy gráfica hablando de despliegue de personalidad, de un desdoblamiento de la misma. Natalia recurrió a la imagen del espejo para sugerir una idea similar de fondo, y se preguntó si el origen judío de Auster, su pertenencia a una minoría estigmatizada por la Historia, estaría detrás de su mirada. Mirentxu habló de la búsqueda de ritmo y armonía, aludió al pasaje del ballet recogido en Diario de invierno para subrayar esa pequeña obsesión estética del autor. Cristina acertó al emplear la expresión voz de la conciencia como un modo de resumir el juego literario, el artefacto veraz creado por el escritor norteamericano. Por último, Carmen planteó cuestiones éticas muy relevantes en el contexto de la literatura autobiográfica, asuntos como la delicadeza y el respeto que la escritura de este tipo de libros requiere para no dañar a otras personas sin necesidad.
Ignacio Lloret, 28 de mayo de 2021