Reseña de la tertulia de la FPS, 26 de septiembre, 2022

El nervio óptico, María Gainza

En las tertulias literarias hay dos elementos que, sin estar relacionados directamente con los libros, tienen mucha importancia. Uno es el lugar de la reunión, el espacio donde se citan los lectores. Debe ser un sitio tranquilo, lejos de los ruidos de la calle, de los producidos por las máquinas o por los hombres, un sitio cómodo donde nos sepamos a salvo de cualquier molestia que nos recuerde a nuestras tareas cotidianas y que nos permita abstraernos con mayor facilidad. La sala del hotel Iruña Park, gestionada por Cristina, cumple con esos requisitos.

El otro factor esencial es la incorporación de nuevas voces, de nuevas contertulias. Y es que estos encuentros literarios se basan en el intercambio de impresiones, en la aportación de distintos puntos de vista sobre una misma obra. En ese sentido, la llegada de nuevas lectoras a la tertulia de la FPS supone un enriquecimiento del foro. Aunque sólo sea por eso, damos la bienvenida a Milagros y a María José.

En cuanto a El nervio óptico, al conjunto de relatos de María Gainza comentado en esa sesión del 26 de septiembre, hubo afortunadamente mucho que decir. Milagros empezó destacando que se trata de una lectura exigente, de un libro que requiere atención. No sólo por ese rasgo inherente a las recopilaciones de cuentos, al hecho de que el lector deba esforzarse varias veces, con cada título, sino también porque los de la autora argentina son textos construidos por medio de una superposición de hilos narrativos, de líneas argumentales, a través de una estructura en forma de abanico o acordeón a la que no está acostumbrado cualquiera.

Sí, Gainza va abriendo esa especie de fuelle, despliega un collage, vuelca un puñado de piezas encima del tapete y crea en nosotros una primera impresión. Después,  interrumpe algunos hilos, desecha otros, relaciona a su manera los que retoma, y lo que más le importa, lo que busca de ese modo es conseguir un efecto con la mezcla, con la combinación, con la alternancia de historias completas o incompletas, alcanzar un punto emocionante y detenerse en él.

Claro, todo eso puede provocar despiste, dar esquinazo al lector. Así les ocurrió a María y a Cristina. Les sucedió que, por lo menos al principio, no sabían ante qué clase de libro estaban. Incluso más tarde, cuando se dieron cuenta de que se trataba de relatos y no de una novela, continuaron sumidas en cierta confusión. Seguramente intentaban agarrarse a una trama principal, averiguar cuál era el núcleo narrativo en medio de esa madeja de géneros formada por episodios autobiográficos, recreaciones de la vida de personas reales, célebres o no, reseñas críticas sobre cuadros y otras obras de arte, breves crónicas históricas, ideas y reflexiones de carácter ensayístico, citas y demás referencias culturales. Es posible que esa ansiedad innecesaria de nuestras lectoras, su extravío en los confines de cada cuento, les impidiera dejarse llevar por el discurso de Gainza, por su prosa fluida y rítmica, por su lenguaje ágil, les vedase en cierto sentido el acceso a los finales conmovedores.

No pasa nada. Para eso existe esta tertulia, para intercambiar perplejidades, para desentrañar lo complejo con ayuda de todos.

A propósito de sensaciones, cabe mencionar aquí también el exceso de pedantería notado con razón por Mirentxu. Hay momentos en que la autora comete el error de querer meter demasiada información, demasiados nombres, demasiados datos, no contiene a tiempo su erudición. Y es que, cuando eso ocurre, no sólo se genera un pequeño hartazgo en el lector, sino que se rompe el equilibrio entre los registros enumerados más arriba, se alteran las proporciones de cada elemento, resulta imposible lograr la fórmula emocionante.

Otro de los aspectos relevantes de El nervio óptico fue sugerido por Carmen y por Mirentxu. Me refiero al uso de distintas formas personales. En dos o tres relatos del volumen, la narradora aparca el yo y opta por el . Y si en lo relativo al despliegue de líneas argumentales hay una intención en la autora, un orden deliberado en el montaje que practica con ellas, un empleo consciente de esos desplazamientos cronológicos destacados por Milagros y de los que habla Milan Kundera en su ensayo El arte de la novela, en las voces narradoras ocurre otro tanto. Sucede que algunos episodios autobiográficos recreados en El nervio óptico le piden a Gainza otra perspectiva, un abordaje diferente. Son esos casos en los que el texto susurra un cambio a su autor. No es algo gratuito. No, porque la segunda persona de singular utilizada en esos relatos le ofrece una serie de ventajas, le permite ahondar en los entresijos de su psique, ser mucho más crítica e incisiva en el análisis que hace de sí misma, llegar a lugares a los que no podría acceder con el yo.

Algo parecido se da con la alternancia entre pasado y presente. También a este respecto la autora se muestra receptiva a las llamadas de su libro mientras lo escribe, intuye con acierto cuándo debe dejar el pretérito y recurrir al presente para poder ralentizar la acción, acercarse al instante, detener el tiempo.

Ah, y a partir de ahora, gracias a este libro, entraremos en los museos y contemplaremos los cuadros con mayor devoción.

Ignacio Lloret, 27 de septiembre, 2022