Hace ya unos meses, cuando estábamos aun confinados, España se encontraba en pleno estado de alarma y el miedo vivía con nosotros, un buen amigo me dijo que era hora de ayudar a los que mas lo necesitaban, y por eso contacte con Cristina, de profesionales solidarios, para ofrecerle mi ayuda con cualquier cosa. La semana siguiente estaba yendo a un comedor social, que se encuentra en la calle Leyre, y donde me encontré a un equipazo. Éramos unos siete u ocho, todos con nuestras mascarillas y guantes puestos, dispuestos a poner nuestro granito de arena para hacer mas fácil la situación que nos estaba tocando vivir.

Nuestra tarea consistía en ir al comedor social, recoger unas bolsas con comida para dos o tres días que previamente habían preparado ahí, y repartirlas por Pamplona, entre aquellas personas que, por ser grupo de riesgo, por miedo, edad o cualquier razón no podían salir a la calle. Me sorprendió lo bien organizado que estaba; el día anterior recibías un mensaje con las casas a las que tenias que ir, todas por el mismo barrio, y con el teléfono de los inquilinos para llamarles en caso de que no oyeran el telefonillo.

Me acuerdo la primera bolsa que lleve. Un poco nervioso porque al final es una situación nueva para todos, pero me abrieron la puerta y me quede hablando con una señora unos veinte minutos (siempre guardando distancias de seguridad y precauciones claro) y me di cuenta que mucha gente estaba pasando la cuarentena sola, y que además de la comida, necesitaba un poco de compañía que le alegrase el día. Eso hice con el resto de casas que me tocaron: entregar la bolsa y quedarme charlando en el rellano hasta que ellos quisieran.

La verdad que ha sido una experiencia increíble dentro de todo el sufrimiento que nos ha traído esta pandemia, y me ha servido para darme cuenta que hay que pararse y ayudar a la gente que lo necesita y siempre sin esperar nada a cambio, tal y como hace la Fundación Profesionales Solidarios.

Pablo Suárez